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Túnica bordada sobre terciopelo morado

Túnica bordada sobre terciopelo morado

Dentro del amplio y rico patrimonio cofradiero ocupan lugar destacado las vestiduras de las sagradas imágenes. Tienen la función de completar lo que no hizo la talla -si son de candelero o de labra parcial- y prestan naturalidad a la figura que cubren. A veces la rica factura de los vestidos se aparta de la realidad que la escultura pretende rememorar, sobre todo cuando adornan las imágenes de Semana Santa. En estos casos interviene con fuerza el sentimiento, el cariño, el deseo de ofrecer lo mejor a las benditas efigies de Cristo y la Virgen que nos acercan a Ellos, los configuran a nuestro alcance, nos los hacen sentir tan próximos que las tocamos con respeto, y hasta las besamos con unción. Es así cuando las imágenes de devoción cobran para los católicos el mismo sentido que los sagrados iconos para las iglesias ortodoxas.

Si a las imágenes sagradas concedemos ese simbolismo se ve con normalidad el esmero con que se confeccionan las vestiduras que lucen. Y esa veneración respetuosa, como a una reliquia santa, se traslada a la prenda que encierra dentro algo tan preciado, que está en continuo contacto con lo sagrado.

Nuestro Padre Jesús del Rescate posee una valiosa túnica que lo dignifica en su aspecto ante el pueblo fiel. De ella me voy a ocupar en esta ocasión, pues considero que forma parte del museo baezano de arte y devoción. Si bien ese arte menor de los tejidos y los bordados no ha sido apreciado en el tiempo ni cuidado con respeto, por lo que se ha perdido con facilidad o aparece muy deteriorado. El nuevo auge de la artesanía del bordado está haciendo que ahora se valoren en su justa medida las piezas antiguas.

Por los documentos y fotografías sabemos que Nuestro Padre Jesús del Rescate vistió siempre túnica de nazareno. En los años anteriores a la Guerra Civil lucía espléndida pieza de grueso bordado barroco, al parecer del siglo XVIII, que desapareció, como la imagen, en 1936, en los desgraciados sucesos que supusieron la destrucción de la iglesia de los Descalzos.

La actual túnica bordada se debe a los desvelos de don Andrés Trillo Marín, que fue párroco de San Andrés y luego canónigo de la Catedral de San Isidro, de Madrid. Al finalizar la Guerra formó parte de la Junta de Recuperación, encargada de almacenar y distribuir todos los objetos sagrados que se fueron hallando fuera de sus lugares, debido a traslados organizados, rapiña o pillaje. Desde Madrid eran devueltos a los pueblos e instituciones de procedencia, quedando muchos sin identificar y documentar, siendo imposible la restitución.

De esos bienes anónimos el bueno de don Andrés Trillo asignó a Baeza todos los que pudo. Era una manera de compensarla por las muchas obras de arte religioso que habían desaparecido en los incendios y destrucciones que la ciudad padeció. Don Andrés Trillo quería a su parroquia y al pueblo de adopción, él había nacido en la vecina villa de Rus. La túnica de Nuestro Padre Jesús del Rescate es una de esas joyas desconocidas que nos vino de la mano del buen canónigo.

Nuestro Padre Jesús del Rescate vistiendo la túnica en su capilla

Como la nueva escultura de Jesús del Rescate se bendijo en 1946 y la túnica estaba en Baeza desde hacía varios años, la lucieron obras veneradas imágenes de la Semana Santa que carecían de indumentaria procesional, ya que las propias habían desaparecido en la Guerra. Así la vistió Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Caída y en 1945 Jesús Nazareno de la Vera Cruz, recién organizada la cofradía y traída la nueva imagen.

La túnica, abierta por delante, está confeccionada en buen terciopelo de color morado nazareno, que se conserva en aceptables condiciones. No presenta roturas ni desgarros, sólo partes chafadas por el roce en la zona de los hombros -donde ha perdido parte del pelo- y en la cintura y los bajos. La tela, fuerte en las urdimbres por la trama de algodón, puede proceder de talleres franceses. La producción española de terciopelo en el siglo XIX era escasa.

Suficiente para la imagen del Rescate, presenta las siguientes medidas: l'74 cm de alto, varias anchuras según la forma del cuerpo y 2'67 cm en el contorno del bajo. En el perímetro del cuello dispone de 60 cm, y de 65 cm en el largo de las mangas. Se acomoda a la escultura, concediéndole porte y majestuosidad.

Aparece bordada en su totalidad, habiéndose empleado la técnica del sobrepuesto o aplicación mayoritariamente, corriente en España desde el siglo XVI, supone la primera industrialización del arte del bordado. Dicho sobrepuesto, menospreciado por algunos, logró cimas hermosísimas en los ornamentos españoles de siglos. También se emplea en la túnica el bordado de realce en abundantes y bellos recamados.

El laborioso dibujo se centra en la parte posterior en el anagrama de Jesús Hombre Salvador, extendiéndose en anchas y primorosas orlas de tallos, hojas y flores, cintas, aplicaciones metálicas y pedrería. Las labores ascienden, jalonando los dos laterales de la abertura para culminar en el cuello.

El gusto de la composición es clásico, en el siglo XIX se copian modelos anteriores, pero con el gusto romántico de las creaciones de arte suntuario de aquellos años. Son bastante originales una serie de medallones que salpican el fondo de la tela, compuestos por óvalos verticales, rellenos de retículas de cordoncillos e hilo de oro. La trama de dichas retículas es variada en cada uno de los medallones. Pequeños ramos alternan con los medallones.

Trabajada con primor y paciencia, mezcla el hilo de oro con el de plata, los cordoncillos entrefinos y entorchados con los canutillos. Se matizan en la túnica el oro y la plata con hilos de seda de diversas tonalidades.

La pedrería fina de imitación realza las labores de la túnica con los colores rojo, rosa, ámbar y blanco. Infinidad de cuentas, a modo de perlas, componen dibujos sobre el terciopelo y el oro. Aplicaciones metálicas doradas forman tondos, cobijan piedras o perlas, festoneando en ocasiones los bordados, cuando no lo hacen las abundantes lentejuelas de oro.

Así es la túnica del Señor del Rescate. Sustraída un día -no sabemos de qué pueblo, cofradía o Cristo milagroso- vino a vestir en Baeza a una de las más devotas y queridas imágenes. A lo largo de su historia ¿cuántas manos temblorosas la habrán tocado? No se podrían contar los besos en ella depositados con esperanza.

Juan Tomás Cejudo Lorite